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    2019-06-11

    En toda su trayectoria una constante que ha sido reconocida por la comunidad académica y por él mismo, en diversas ocasiones, fue la de “bautizar los nuevos animales”, la de crear conceptos para fenómenos nuevos que consideró específicos, en el marco de la búsqueda en su última etapa de una teoría de la democracia. Se caracterizó por su papel de líder académico dentro de la Ciencia Política, coordinó y coeditó importantes obras que forman parte del acervo de la disciplina y son referentes obligados. En el presente artículo nos centramos en el cuarto momento, que se traslapa parcialmente con el tercero. Nos interesa especialmente ver sus aportes, desde 1997 hasta 2011, al debate sobre el concepto de poliarquía y el de calidad de la democracia. El artículo se divide en tres apartados. El primero aborda las consideraciones de O’Donnell respecto al concepto de poliarquía de Robert Dahl y la reformulación que propuso. El segundo ubica sus reflexiones respecto neurokinin 1 receptor la Accountability y su propuesta de estudio sobre la calidad de la democracia y la democraticidad. El tercero retoma el debate intelectual con Adam Przeworski respecto a la democracia delegativa y la Accountability y el papel de los intelectuales en América Latina.
    Adiciones al concepto de poliarquía En la primera mitad de la década del noventa, Guillermo O’Donnell adelantó una labor de revisión del concepto de democracia planteado por Robert Dahl, y propuso adiciones que para él harían de éste un instrumento de análisis más útil. Se trató de un ejercicio de examen y crítica un cuarto de siglo después de haberse publicado Poliarquía, cuyos borradores, relata el propio O’Donnell, fueron discutidos por Dahl con sus estudiantes de la Universidad de Yale, dentro de los cuales se encontraba él. Aunque el concepto de poliarquía ha sido exitoso, se han hecho trabajos académicos por intentar adicionarlo, complementarlo como un criterio clave para el análisis de los regímenes democráticos. Éste fue el caso de O’Donnell. Como es sabido, Robert Dahl refiere su concepto de poliarquía a siete atributos básicos, que hacen alusión a un umbral por debajo del cual un régimen no puede ser considerado democrático (autoridades electas, elecciones libres e imparciales, sufragio inclusivo, derecho a ocupar cargos públicos, libertad de expresión, variedad de fuentes de información, autonomía asociativa). El propio Dahl subraya que se trata de condiciones necesarias, pero no suficientes. Sin ellas no puede existir una poliarquía, y a partir de su existencia y modos de concreción podemos encontrar sociedades con grados diversos de democratización. O’Donnell propuso una revisión del concepto de poliarquía, ya que este concepto es claro como patrón o estándar y permite establecer una línea divisoria respecto a qué puede ser considerado una democracia y qué no. No obstante, dado que el número de países en los cuales se han establecido democracias políticas se expandió más allá de los países con democracias consolidadas, muchos aspectos que se creían claramente establecidos no lo eran tanto, por lo cual se requería clarificarlos, hacerlos explícitos y someterlos a un examen crítico, con el horizonte de una teoría con suficiente alcance y fundamento empírico. Por ello propuso complementar la poliarquía con algunas adiciones: En el último punto señala la existencia de instituciones formales e informales, y estas últimas serían una especificidad de las democracias nuevas de América Latina, que mostrarían la existencia de un camino distinto al que llevaron las democracias consolidadas. Representa una crítica a las visiones teleológicas que presuponen que las nuevas democracias seguirán (y deberían seguir) las mismas trayectorias que las viejas, lo que sería su consolidación. Su posición es que existe también “otra institucionalización”, es decir, que estas democracias latinoamericanas (y probablemente otras de Europa del este) no constituían casos “estancados” en el proceso, sino casos especiales con presencia de instituciones informales como el clientelismo y el particularismo en la representación, más que el universalismo y la ciudadanía plena. Se trata de una crítica (y autocrítica) al concepto de consolidación, utilizado de forma profusa en los estudios de transiciones a la democracia y en los modelos y análisis de tipos de transición. Al respecto indica dos aspectos: a) las definiciones negativas impiden construir tipologías de poliarquías sobre la base de los rasgos específicos positivos de cada subtipo, las cuales son necesarias no sólo para evaluar las nuevas democracias y sus tendencias de cambio, sino también para considerar sus perspectivas de sobrevivencia como regímenes políticos, y b) con los conocimientos existentes sólo se puede afirmar que mientras las elecciones estén institucionalizadas, las poliarquías probablemente sobrevivan.